Inicié mi primer artículo breve sobre “Reflexiones sobre la situación del músico en la sociedad…” a partir de una fuente de hace casi más de 200 años: los artículos de Frank Liszt publicados en la Gazette musicale concretamente en 1835 y recogidos en “Cartas de un artista” y en los que reflejaba su crítica sobre la situación de los músicos y las instituciones de su tiempo. Podría ser arriesgado realizar paralelismos que pudieran resultar anacrónicos, bien porque las sociedades evolucionan o bien, de forma más concreta e individualizada, porque trato de realizar mis reflexiones en base a mi experiencia como músico con un perfil “no clásico” y quien realizaba dichas críticas venía del mundo “clásico”, y ya se sabe la eterna dicotomía música “culta” - música popular. Sin embargo aclarar que solo existe dicotomía (música “culta” – música popular) si ambas o una de las disciplinas, que a la vez pertenecen a una sola:
Si bien nuestra sociedad actual ha superado una fase post – industrial que está dando lugar a la tercera revolución industrial basada - entre otras áreas - en las telecomunicaciones que repercuten muy directamente en la música, la finalidad de este segundo artículo busca precisamente resaltar que la problemática en torno al músico y
Así, lo expuesto, sigo fijándome en la lectura de Liszt y su crítica hacia la concepción que se tiene del músico en la sociedad, pues bien puede considerarse, a pesar de las diferencias expuestas por el tiempo en que las realizó, totalmente actuales en su fondo.
Si le preguntamos a un niño o a un adolescente qué música escucha probablemente nos dirá alguna canción o músico que esté en las listas de éxito, arriba de todo, que no para de sonar por
Su percepción no es errónea…, sólo es fruto de los canales de comunicación a los que accede para escuchar música, aunque dichos canales yo los definiría como “invasivos”. Aunque relativamente sería lícita la existencia de una gran industria musical que de aquí a unos años se ha concentrado en las majors, las grandes discográficas, cabría preguntarse hoy, precisamente a costa del debate sobre la causa principal de su crisis, si su respuesta y el producto que ofrece es reflejo de lo que realmente es
Es justo separar de este debate a aquellas pequeñas discográficas que sí buscan una combinación de su beneficio empresarial natural (que no siempre obtienen) con el respeto a la obra del artista, con el deseo expreso de crear catálogo, bien estilístico (especializándose en determinadas músicas) o bien totalmente creativo.
Planteándolo de otra manera: hay que preguntarse si la industria musical llega a reflejar o incluso a “preocuparse” por la creatividad inherente en el músico, pues si actualmente esta industria musical en concreto gusta de llamarse e incluirse en la etiqueta de industria cultural ( con los subsiguientes apoyos de los gobiernos por parte de su ministerio de Cultura), podemos llegar a discrepar totalmente de este término dado ya que los objetivos son realmente distantes a esa preocupación por la creatividad o labor del músico.
Quedaba claramente expuesto por Simon Frith en su escrito sobre “La industria de
La música popular e incluso toda clase de música que ya es susceptible de comercializar o difundir (pues la denominada “clásica” también se presta al marketing musical) no equivale en su totalidad a la suma de los productos que comercializa la “industria de la música”. Nuestro paisaje sonoro es mucho más amplio. Y por ello mencionaba que el problema es más de orden metafísico que de otra índole. El problema es la concienciación de lo que es verdaderamente MÚSICA desde una base educativa temprana, comenzando por ese niño o adolescente que sólo te sabe responder el nº 1 de las listas confeccionadas por la industria a la pregunta de qué música escucha. El problema es despojar la etiqueta de “cultura” a una industria musical preocupada por una crisis que le impide seguir con su gallina de los huevos de oro y que no está ofreciendo un reflejo fiel de la inmensidad de músicos y músicas que existen.
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